Decadencia y oportunidad. Abraham Heschel y la crisis del mundo contemporáneo
En-claves del pensamiento
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias SocialesEl artículo ofrece diversos planteamientos elaborados por Heschel, un filósofo rabino del siglo XX, asesor de Martin Luther King, quien aludió las características de la decadencia del mundo contemporáneo. A su vez, partiendo de la desesperanza que brota de semejante encrucijada, se ofrecen distintos planteamientos para considerar el valor de la crisis y se muestran los lineamientos filosóficos y místicos que ofrece Heschel para construir una renovada visión de la realidad. De tal modo, la elaboración de significados para la existencia personal surge de la criticidad y de la aceptación del desasosiego que deriva de existir en un mundo caótico.

			Nacido en Varsovia en 1907, Heschel fue parte de una familia en la que muchos ancestros fueron rabinos jasídicos. En 1916, a los nueve años, sufrió el fallecimiento de su padre, Moshe Mordechai Heschel. Su tío materno se ocupó de sus estudios y lo condujo al conocimiento y práctica de la rama Kotzker del Jasidismo, una escuela rígida y severa que 'hacía hincapié en la autohumillación y arrepentimiento'.

			

				

				

					
Cuando fue ordenado como rabino a la temprana edad de dieciséis años, Heschel 'parecía estar destinado a seguir los pasos de sus distinguidos antepasados'.

			

				

				
Heschel se trasladó a los Estados Unidos a los pocos días de que diera inicio la Segunda Guerra Mundial. El rabino y doctor en filosofía aceptó una invitación del Hebrew Union College, ubicado en Cincinnati. Ahí se dedicó a impartir clases de filosofía y de estudios rabínicos. En su estilo docente, al menos en lo tocante a las disciplinas de su ejercicio, se mostró equitativo en la combinación de la racionalidad y la religiosidad. Luego de cinco años desempeñándose en estas funciones, se trasladó al Jewish Theological Seminary of America, donde laboró como profesor de ética y misticismo judío a partir de 1945.

			Diez días antes de su muerte Heschel fue entrevistado por Carl Stern. Durante la conversación el rabino mencionó lo siguiente: 'Aprendí de los profetas que debo preocuparme por los problemas de los hombres, del hombre sufriente'.

			

				

				

					
El impacto de su pensamiento es notable cuando a su obra se le denomina 'maravilla',

			

				

				

					
La influencia de Heschel también ha sido reconocida por otros escritores atentos al ámbito de lo transpersonal, tal es el caso de Merton, quien describió a Heschel como 'el escritor espiritual más significativo en este país [Estados Unidos] en este momento [la década de los sesenta]'.

			

				

				

					
Meyer advierte que los libros de Heschel 'ya han ingresado en la historia eterna del gran pensamiento judío y se estudiarán a lo largo de los siglos, cuando los seres humanos quieran enfrentarse con las eternas verdades y la real grandeza del judaísmo'.

			

				

				

					
Como hombre de su tiempo, Heschel estuvo involucrado con el ambiente que lo rodeaba. Sus referencias a su época aún son aplicables al mundo contemporáneo, incluso con mayor fuerza y precisión. El autor de
Si bien para cada nación son fundamentales sus riquezas, éstas no siempre propician el bienestar de los ciudadanos que la conforman; en tal sentido, Heschel refería que 'el afecto y el cuidado para con los ancianos, los incurables, los incapacitados, son las verdaderas minas de oro de una cultura'.

			

				

				
La condición de insensibilidad aumenta la ignorancia. Si habitamos en un cuarto oscuro podría desearse la luz y hasta apreciarse, pero si hemos sido ciegos de nacimiento no entenderíamos de lo que trata la luz. De igual modo, al no existir noción de la ceguera existencial, pareciera que se vuelve aceptable el estado de no ver las cosas porque uno no sabe que no las ve. Por tanto, la del hombre y la mujer contemporáneos 'es una doble oscuridad: están ciegos y no tienen conciencia de su ceguera'.

			

				

				
En el mundo contemporáneo no están ausentes los conocimientos o nuevos descubrimientos, pero eso no es suficiente; de acuerdo con Heschel, 'la humanidad no perecerá por falta de información, sino tan sólo por falta de apreciación'.

			

				

				

					
Vivir adaptado a un mundo hostil no nos convierte en víctimas, sino en sumisos socios del caos y de la incongruencia. La perspectiva filosófica de Heschel lo conduce a la conclusión de que lo que nos hace falta no es capacidad, sino sensibilidad para captar lo sublime en lo sencillo, la grandeza en la pequeñez, la saturación auditiva del silencio o la intensidad de la paz. Al hombre y la mujer del mundo contemporáneo les hace falta el asombro que tanto se señaló en la antigüedad como la entraña del ejercicio filosófico. Sin asombro no hay duda y no habrá cuestionamiento ni apreciación de las tonalidades. Con desgracia puede admitirse que 'a medida que la civilización avanza, el sentido del asombro declina, [lo cual es] síntoma alarmante de nuestro estado espiritual. La vida sin asombro no merece vivirse. Lo que nos falta no es voluntad de creer, sino voluntad de maravillarnos. La percepción de lo divino comienza en el asombro'.

			

				

				

					
Heschel no es condescendiente con la situación decadente del mundo y señala con ímpetu que 'el conocimiento de la grandiosidad y de lo sublime prácticamente ha desaparecido de la mente moderna'.

			

				

				

					
Al oscurecer el sentido de lo sublime nos 'estamos perdiendo la capacidad de ser sensibles; estamos perdiendo la capacidad de cantar'.

			

				

				
De acuerdo con el teólogo hebreo, 'la manera más segura de anular nuestra capacidad para comprender el significado de Dios y la importancia de la reverencia es
Los procesos de condicionamiento en las indagaciones científicas delineadas por la burocracia presupuestal obstruyen la libertad de elección y el placer por la búsqueda. Adiestrado por una educación hermética, consumido por las reglas y directrices que son ordenadas desde el exterior, el individuo contemporáneo no termina por desarrollar su capacidad autodidacta y autocrítica. En el mundo contemporáneo el valor de las cosas se 'mide' en función de su utilidad, de su mercantilismo, de su opción de venta. Por el contrario, Heschel asegura que 'el sentido de lo trascendente es el corazón de la cultura, la verdadera esencia de la humanidad. Una civilización consagrada exclusivamente a lo utilitario no se distingue, en el fondo, de la barbarie. El mundo se sostiene por lo no mundanal'.

			

				

				

					
Contraria a tal conciencia es la suposición de autosuficiencia: así, 'el problema no es que la gente tenga dudas, sino que a la gente ni siquiera le importa dudar'.

			

				

				

					
La decadencia del mundo contemporáneo será cada vez mayor en la medida en que se mantenga el operante y reiterado hermetismo hacia lo transpersonal. En la óptica hescheliana, 'es imposible mantenerse en la seguridad de que la revelación es imposible'.

			

				

				

					
De manera contraria a la aceptación de la contingencia, 'estar satisfecho con el mundo es ruin y de una insensibilidad última'.

			

				

				

					
En consonancia con la idea de que 'los ideales tienen una alta tasa de mortandad en nuestra generación',

			

				

				

					
La consideración de lo transpersonal se ha vuelto una faena poco común. Incluso los que creen que lo han logrado no hacen más que hundirse en un conjunto de creencias y conjuros que no superan el ritualismo y la monotonía. 'El clima anti-intelectual, el desprecio del pensamiento, la evasión de los problemas del espíritu, pueden ser nuestra perdición'.

			

				

				

					
Todo apunta y se dirige a una progresiva desvinculación de unos con otros y de cada uno con lo sublime. 'Si no pensamos, si no aprendernos a mirar y a meditar, estaremos cometiendo nada menos que un suicidio espiritual'.

			

				

				

					
De manera contraria a la tradición que sitúa en la certidumbre la base de la creencia, Heschel enfatiza el valor de la incertidumbre. Advierte que 'la fe comienza con el desconcierto, con la angustia, con el silencio'.

			

				

				

					
En su libro
La angustia permite experimentar la esencia del abismo. Vivir sobre el abismo no es una opción para los pesimistas o menos brillantes y populares, sino que Heschel entiende que 'la vida cotidiana es el arte de vivir sobre el borde del abismo'.

			

				

				

					
El rabino polaco también fue consciente de que el abismo no es más un enemigo, sino un preámbulo en el cortejo de la vida espiritual. Su involucramiento es tal que 'la fascinación por el abismo ejerció influencia sobre nuestro entendimiento de la vida en el arte y la religión. Parece inconcebible que una persona pueda ser a la vez sobria e inspirada, normal y santa. La mente debe ser vencida para ser iluminada, un objeto debe parecer siniestro para que se lo pueda considerar sagrado'.

			

				

				

					
La creatividad está acompañada de soledad, al menos de la requerida para centrar la atención en el propio sentir, en la intuición y en la tarea que nos ocupa. Los creativos requieren estar equipados de una estructura de soporte que los fortalezca ante la desolación y el abismo al que se enfrentan. De acuerdo con Heschel,

			el rechazo o el reconocimiento falso, junto con los esfuerzos y tensiones mentales, los actos de autοnegación necesarios para la dedicación completa, el esfuerzo y la agonía que se experimentan al tratar de dar expresión a la intuición, son demasiado graves como para no afectar el equilibrio sensible de un ser humano. Es un milagro que la persona creadora pueda sobrevivir.

			

				

				

					
Crear implica romper con ciertas formas definidas, con las respuestas acomodaticias y con los clichés establecidos o lugares comunes de la reflexión. Por ello, sujetar el proceder a semejantes tónicas repercute o merma el ánimo. No obstante, el reto debe ser enfrentado con valentía; 'debemos estar preparados para ir más allá de las categorías de nuestra propia experiencia, aunque un procedimiento tal trastorne nuestra rutina y tranquilidad mental'.

			

				

				

					
El autor de
sólo quienes hayan vivido días en los que de nada servían las palabras, en los que las más brillantes teorías irritaban el oído como una jerigonza vacua; sólo quienes hayan experimentado el desconocimiento último, el silencio de un alma golpeada por el asombro, la total mudez, sólo ellos son capaces de penetrar el significado de Dios, un significado más grande que la mente.

			

				

				
La intención de conocer a Dios, imposible como propósito, favorece la disposición a recibir tenues chispazos de intuición sobre la deidad. Para ello es requerido un ejercicio de vaciamiento, de modo que las imágenes e ideas sobre Dios sean destituidas para dar paso a un vacío del que reinará la contemplación de lo absoluto. Esto resulta particularmente complejo porque, a pesar de la disposición inicial, 'nunca llegamos a aceptar la idea de que la vida es hueca e incompatible con el sentido'.

			

				

				

					
En la vivencia de las situaciones adversas, tal como en la obligación de volverse resiliente, la persona alcanza a contactar con un poder que desconocía de sí. Se trata de un impulso más que de un músculo, de una claridad que surge de entre las tinieblas y permite una revitalización. Justamente, 'la renovación de nuestro poder dependerá de nuestra capacidad de volver a abrir nuestros recursos interiores'.

			

				

				

					
El camino a la comprensión del sentido de la espiritualidad también puede ser antecedido por destellos de hostilidad y misantropía. Kaplan observó que 'Heschel sostiene que la dureza de corazón, la insensibilidad, raíz de todos los pecados de acuerdo con la Biblia, puede ser la oportunidad de retornar a Dios'.

			

				

				

					
En su desarmonía, el mundo y los humanos resultan desagradables y existe una tenue convicción sobre su poca valía. Sin embargo, asumiendo que 'la crítica sensata comienza siempre por la autocrítica',

			

				

				

					
Un obstáculo que impide que el hombre y la mujer contemporáneos acepten su propia contingencia radica en su autocomplacencia y en la suposición de su autosuficiencia. En palabras de Heschel, 'la autosatisfacción, la autorrealización, son mitos degradantes para las almas pletóricas de anhelo. Todo lo creativo nace de una semilla de incalculable descontento. Lo que hace posible el progreso moral es la insatisfacción de los hombres con los hábitos, normas y modos de conducta de su época y raza'.

			

				

				
Son innumerables los individuos que, siguiendo dócilmente las consignas de sus llamados líderes espirituales, permanecen adormilados ante la manipulación de la que son objetos. No solo no basta con creer que la persona se construye a sí misma o que Dios la erige como su estandarte orgulloso, sino que tales aspiraciones representan un equívoco; por el contrario, 'la autosatisfacción es el borde del abismo'

			

				

				
La opción contraria a la del compromiso es la del aburrimiento. Heschel fue crítico de la juventud de su tiempo y apuntó que 'los jóvenes apenas tienen conciencia de que la vida incluye penurias, enfermedad, dolor, incluso agonía; de que muchos corazones están enfermos con amargura, resentimiento, envidia. No se sienten moralmente desafiados, no se sienten exigidos'.

			

				

				

					
Una existencia saturada de aburrimiento produce poca sensación de valía. Una vida sin compromiso ni riesgos es muy similar a 'los males espirituales básicos de la vejez, sensación de sentirse inútil, vacío interior y aburrimiento, soledad y miedo al tiempo'.

			

				

				
Para lograr una meta como la referida necesitamos comprender que 'el hombre no se basta a sí mismo, [y que] la vida carece de sentido para él a menos que sea valiosa para otro, a menos que sirva a un fin que la trasciende'.

			

				

				

					
Lo que hacemos representa lo que somos, pero lo que somos no se agota en lo que hacemos. Visto así, 'la existencia humana no puede hallar su sentido último en la sociedad, pues la sociedad misma necesita un sentido';

			

				

				
En la ambigüedad de nuestras certezas, 'lo único que podemos predicar honestamente es una
De acuerdo con las ideas de Lombroso, un autor citado por Heschel, 'la afinidad entre el genio y la locura está probada por la frecuencia de los signos patológicos, de neurosis, melancolía, megalomanía y alucinaciones entre hombres de genio'.

			

				

				
En sus reflexiones, Kaplan no duda en señalar que 'la visión religiosa de Heschel contiene misticismo y desesperanza';

			

				

				

					
Revueltos en una sociedad y un conjunto de religiones propagadoras del optimismo y la bienaventuranza, la consigna de una mística cuyo pesebre es la desesperanza no ostenta tintes de popularidad. No obstante, 'la agonía y la desesperanza radical son la única cura para el alejamiento de lo divino'.

			

				

				
Heschel denuncia la paulatina desconexión personal e interpersonal que experimenta el hombre y la mujer del mundo contemporáneo. En su decadencia, el sistema mercantil nos empuja a la insensibilidad ante las necesidades ajenas y al nulo asombro del milagro de la existencia, inclusive si ésta ha sido provocada por el azar. Es evidente y doloroso el poco sentido de lo sublime que ha sido arraigado en las personas a partir de sus creencias en los mitos que exaltan el valor del hombre, su autosuficiencia e independencia del mundo y los demás. Su exacerbado egoísmo no permite al humano percatarse de su hermetismo hacia lo transpersonal; a su vez, cuando ha sido capaz de intuirlo termina por jactarse de eso, como si se tratase de un logro intelectual. Sin importar los alcances de sus descubrimientos e innovaciones, el mundo de lo humano ha dado nacimiento y aparente inmortalidad a la maldad, la cual, siendo creación humana, se ha erigido como dueña y señora de la conducta común. Consecuencia de todo ello es la natural desesperanza, sobre todo, en los que son capaces de ubicar el vacío y no niegan su desadaptación e inconformidad con la decadencia del mundo. Tal es el camino para evitar la apatía mística y superar el desánimo que orilla a desestimar lo espiritual.

			Heschel observa en la crisis una oportunidad para la mejora. Es evidente que esa esperanza no reduce la incertidumbre o el desasosiego. La ausencia de respuestas y la valentía por no adherirse a las sencillas explicaciones fluctuantes provocan una angustia que antecede a la vivencia del abismo. En una experiencia tal, aderezada por una ineludible soledad, se reitera la confrontación. Además de la renuncia a las formas establecidas sobre lo que debe ser la existencia, la lejanía a las modas o la desadaptación a un mundo en desarmonía, las condiciones precarias y las enfermedades son oportunidad para el replanteamiento honesto del curso de la conducta personal. En ese estado de insatisfacción es comprensible que el hombre y la mujer dejen escapar de sí destellos de hostilidad hacia aquello que va en contra de un mundo armónico, justo y digno de ser habitado. La rutina y la cotidianidad, sumada a la apatía común y el abaratamiento de la virtud, conllevan al aburrimiento y a la poca sensación de valía, lo cual produce desaliento y nostalgia. A pesar de un marco tan oscuro, reconocer la contingencia y el valor de un proyecto común son alternativas para emerger de la desesperanza y fluir a través de un ánimo revitalizado y comprometido. El pensamiento de Heschel es una invitación a todo ello.

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